16 may 2018

El baño de sangre prometido

Margarito Escudero Luis

Desde hace 30 años la sociedad mexicana comenzó a mostrar su hartazgo hacia la clase política. Puede decirse que ese hartazgo estaba ahí, latente, adormecido, sin un liderazgo que llevara a la escena nacional el fastidio social hacia la clase en el poder que cada vez se alejaba más de los intereses nacionales y del bienestar de la sociedad.

Pero hace 30 años, cuando los intereses del Partido Revolucionario Institucional (PRI) se dividieron, la inconformidad salió a flote depositando la confianza de la gente en aquellos personajes que abandonaban las filas del tricolor.




Pero eran personas que se habían formado en el seno de un partido que había caído ya en una espiral de corrupción de la cual nadie podía escapar, inmersos en su soberbia, confiados en su impunidad, nuca imaginaron que el germen de la división estaba dentro, y la fisura provocada dejó ver la podredumbre en su interior y sacó a flote la aversión de la gente hacía el PRI.

El enfrentamiento entre Cuauhtémoc Cárdenas y Carlos Salinas fue el principio de la polarización visible, inocultable, despertando la esperanza popular ante la posibilidad de un cambio.

Pero, como más sabe el diablo por viejo, el dinosaurio supo mantenerse vivo; o mejor dicho, se mantuvo vivo porque nunca hubo una intención real de destruirlo, a fin de cuentas, era el alma mater de los rebeldes.

Con el cambio salinista hacia un régimen neoliberal, las necesidades de la clase trabajadora se agudizaron, la pobreza se incrementó exponencialmente, mientras el empresariado afín al entonces presidente, acumuló riqueza como nunca antes lo habían imaginado.

Desde entonces, los procesos electores siguientes fueron una especie de válvula de escape, comenzaron las campañas más sucias y la posibilidad de que un candidato ajeno al PRI pudiera triunfar, era real.

Por eso en la elección de Ernesto Zedillo, la gente pudo ver que, si bien no era posible quitarle la presidencia al tricolor, si se podía hacer una mayoría en el Congreso sin diputados priistas, pero al final de cuentas, los diputados emanados del ya existente PRD no estuvieron a la altura de las circunstancias.

Las luchas populares en México avanzan muy lentamente, si bien pudimos ver cambios en las leyes electorales, estas se debieron a años de insistencia por los partidos de oposición, como el legendario Partido Comunista Mexicano (PCM).

El caso es, que en cada elección presidencial, se avivaba la esperanza de sacar al PRI de Los Pinos y, como era una insistencia popular, el viejo dinosaurio les cumplió el capricho llevando a Vicente Fox a la primera magistratura, cundo el país se gobernó como si fuera una empresa privada y el presidente se comportó como un simple gerente que debía entregar resultados, no a los mexicanos, sino a patrones que estaban fuera del país.

En esta elección que se aproxima, la situación está alcanzando niveles de violencia que antes fueron muy cuidados, dicen que el Ingeniero Cárdenas no llevó su movimiento hasta las últimas consecuencias, por evitar un “baño de sangre”.

Lo mismo dijo Andrés Manuel López Obrador, cuando reclamó fraude ante Felipe Calderón, baño de sangre que finalmente se dio durante el calderonato y que hasta la fecha nadie puede detener.

Y la gente ya está harta de que le estén matando a sus jóvenes, de que la delincuencia esté mejor organizada que el gobierno, siempre con la sospecha popular de que son la misma cosa.

Sin embargo, los políticos aún tienen la creencia de que la gente aguantará otro fraude, que aguantará otra dotación de muertos que no serán de la clase política en el poder, que luego de tantas crisis recurrentes, el encarecimiento de los productos básicos, la falta de oportunidades para los jóvenes, el desmantelamiento de la planta productiva, la falta de empleos, creen que se les puede exprimir un poco más.

Pero la intolerancia está en ambos bandos, ya no existe un gobierno responsable y que brinde seguridad y confianza a los mexicanos, ya no existe una ley que obligue a esos políticos a respetar la Constitución, lo que lleva a suponer que la Carta Magna es letra muerta, ni siquiera podemos contar con ética profesional, con el respeto a la gente que los ha mantenido en el poder; así que tampoco pueden esperar lealtad popular, ni el voto.

Todos esperan una apabullante derrota del PRI, incluso los priistas. Pero… ¿Está el dinosaurio en condiciones de hacer valer su poder por la fuerza?

O tal vez, ya nada ni nadie nos salvará del baño de sangre prometido.

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